Algo late,
se escabulle entre los dedos. Un canal lo transfiere al carboncillo y traza un teatro de sombras. Las utopías van y vienen... no me dejan tranquila! Entonces, comienzo a escribir...

Cuento primero de la señora con sombrero



Una señora con sombrero se dirige a la estación de trenes (habrá notado el transeúnte observador la ligereza de su paso, casi un baile surrealista, entre la masa apática de la estación). Debe partir a una ciudad muy lejana de la cual no interesa el nombre. Una señora con sombrero y un boleto de tren se sienta en la ventanilla que mira al lago y en la misma se confunden sus ojos con el cielo. El invierno ha recitado un soneto a las flores del camino y estas han subsistido (ella ríe de la estupidez que acaba de pensar). Una señora con sombrero, un asiento en el tren y una estupidez en la cabeza ahora quiere leer. Entonces, quita el libro del señor vecino dormido y lee un manual de instrucciones para una cámara de fotos. La señora con sombrero, un asiento en el tren y la escasa culpabilidad de hurto juega con sus manos y deja el manual. A continuación, observa a los pasajeros e intenta adivinar su nombre, si acierta tres viaja hasta Estambul, si son cinco hasta Ankara, si son diez hasta Uzbekistan. La señora con sombrero, un asiento que da a la ventanilla, un libro devuelto y un juego sin sentido adivina el nombre de tres mujeres y dos hombres (lo corrobora con la etiqueta del equipaje). Procede entonces a definir su camino, pero no recuerda a que ciudad correspondería ir entonces (el lector que no recuerde la ciudad correcta no puede declarar severas críticas sobre su salud mental). Una señora con sombrero, con nariz fría y viento en el cabello, con sol besando la frente y una memoria tan frágil como el capullo que acaba de pisar emprende el regreso sola.
Nota: no llevaba equipaje
 

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